Desde el fondo de la naturaleza, surge esta obra escultórica que se alimenta del paisaje, de ciertos territorios, de bosques milenarios y remotos, de su magia y su misterio, también de mi memoria, de momentos que voy guardando a medida que recorro los bosques y me reconozco en cada tronco de árbol. Desde allí voy configurando en mi imaginación nuevos y vastos horizontes, ramas y leños, troncos que voy rescatando y almacenando en mi taller, van conformando un universo de formas y significados, todo un material lleno de sugerencias, de evocaciones de algún lugar, de algún origen que no alcanzo a conocer pero que intuyo como propio.
A través de la escultura me conecto con lo más profundo de mis raíces, con mi origen y principalmente con la tierra, porque vivo en una región generosa de verdes, de importantes ríos, cerca del mar y de montañas pobladas de volcanes. Todo lo tengo muy cerca y me nutre muy sensiblemente a la hora de enfrentar mi trabajo especialmente por el material elegido: todas las maderas de todos los árboles, que, paradojalmente, cada temporada arden tristemente y sin control, oscureciendo el cielo y ennegreciendo la tierra, cada árbol quemado es una herida que altera el paisaje, cada vez más frágil, cada vez más efímero.
Canción para mi bosque muerto es un canto triste, pero también es esperanza, es plegaria y resurrección, una lección de vida que va cerrando un ciclo e inicia otro, donde todo regreso es posible.
Desde el 22 octubre hasta el 17 de noviembre de 2019